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11J: cuatro años después, Cuba sigue igual… o peor

Desde la última chispa de subversión que vio el pueblo cubano no solo han aumentado la represión y la crisis, también el desencanto

El 11 de julio de 2021 marcó un antes y un después en la historia reciente de Cuba. Ese día, miles de personas en más de 40 localidades salieron a las calles al grito de “¡Libertad!” y “¡Patria y Vida!”, desafiando por primera vez en décadas al régimen castrista de forma masiva, espontánea y descentralizada.

Se pensó entonces que la dictadura, herida en su corazón simbólico y práctico, se encontraba en sus últimos días. La letra de Yotuel arrogantemente coreaba “Ya se acabó”, mientras los cubanos extasiados repetían la consigna en las calles.

Sin embargo, cuatro años más tarde, el sistema que oprime a los cubanos sigue en pie, intacto en su impunidad, mientras el pueblo permanece atrapado en la misma miseria, o peor, pues también los ha secuestrado el desánimo.

Desde el 11J, el régimen ha endurecido la represión y reforzado los mecanismos de control, con más de un millar de personas tras las rejas, algunos por cosas tan simples como una opinión expresada en voz alta, sin que nadie intervenga para dejarlos libres.

Están tanto los que fueron encarcelados por manifestarse ese día, muchos de ellos jóvenes, como lo que se agregaron después por renovadas formas de respaldo, todos cumpliendo largas condenas en cárceles donde se violan sistemáticamente los derechos humanos.

A pesar del sacrificio de estos ciudadanos, el resto del país parece haber entrado en una especie de letargo resignado. No ha habido otra jornada de movilización con la fuerza y amplitud del 11J.

Lo que sí ha habido son pequeños brotes de inconformidad: apagones que terminan en cacerolazos, quejas en redes sociales, y protestas dispersas que rara vez superan la docena de personas. Y eso no basta.

La renuencia -o el miedo- de los ciudadanos cubanos de entregarse verdaderamente a una violencia en este punto necesaria, que podría llevar a su liberación, a la iconoclasia que libere también el nombre de figuras como José Martí, usados hasta el cansancio por los medios oficiales, pese a que estos representan todo lo contrario de sus ideales originales, mantiene las protestas por lo bajo, donde los altos mandos pueden ignorarlas cómodamente.

Parte de esto, y que se ve reflejado en sus múltiples posts de inconformidad en redes, muestra que muchos cubanos esperan, o parecen esperar, que venga alguien de afuera y los rescate. Claman por una intervención, de Estados Unidos o de quién sea, cuando la realidad es que si la propia población no se sacude el gobierno que la oprime, nadie la va a rescatar.

Si el pueblo no remueve al régimen que le quita la comida de la boca, que termina con la vida de sus bebés en sus hospitales, que les niega el agua limpia en los hogares, si la propia gente afectada directamente por la autoridad no la reta y la destrona, nadie más va a hacerlo, y menos un país tan “cómodo”, al que no le afectan las desgracias de Cuba directamente y  que tiene además conflicto de intereses de no querer empezar una guerra con Rusia, patrón benefactor del castrismo.

Si bien el miedo es entendible tras seis décadas de represión, también lo es el hartazgo, y en este momento los cubanos no parecen tener mucho que perder: la electricidad falla por horas o días, el agua potable no llega con regularidad, los hospitales están desprovistos de insumos, y la comida escasea en todos los rincones del país. Mientras tanto, el gobierno se mantiene ajeno a las necesidades de la población, ocupado en su propaganda y en mantener su dominio por la fuerza.

La falta de respuesta real por parte del pueblo cubano es dolorosa pero comprensible. El miedo es profundo, la vigilancia constante, y la represión rápida y brutal. Sin embargo, es necesario reconocer que sin presión real no habrá cambios reales.

Los cacerolazos no tumban regímenes, los memes no incomodan al poder. La historia demuestra que los movimientos de cambio necesitan una mínima dosis de confrontación directa. No se trata de promover violencia gratuita, sino de entender que la protesta simbólica muchas veces necesita romper con lo establecido para ser escuchada. La iconoclasia —derribar estatuas, irrumpir en espacios oficiales, intervenir símbolos del poder— ha sido en muchos contextos la chispa que transforma la rabia en acción.

El castrismo no caerá por sí solo. La dictadura no se rendirá porque alguien tuiteó una consigna. El 11J mostró que sí se puede, pero lo que ha venido después demuestra que no se ha querido continuar. El pueblo cubano tiene razones de sobra para rebelarse, pero sigue esperando un milagro en lugar de provocarlo. Y mientras tanto, quienes gobiernan siguen impunes, y quienes sufren lo hacen en silencio.

El momento de actuar no pasó el 11J. El momento de actuar es siempre, desde ahora y hasta que el “Ya se acabó” pase de ser solo un coro en una canción, a una realidad en los libros de historia.

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