Viral: captan fumigador intoxicado mientras trabaja en La Habana
La poca vigilancia del régimen arriesga la integridad del plan contra el mosquito, y pone en riesgo a comunidades en plena epidemia
Un fumigador cubano fue captado bajos los efectos de las drogas, mostrando la poca vigilancia que tienen los trabajadores del régimen en el cumplimiento de labores que, en este momento, son críticas, considerando la epidemia de dengue y chikungunya que azota Cuba.
Un video publicado por el periodista independiente Mario J. Pentón muestra a un supuesto fumigador estatal en el barrio Víbora Park de La Habana en un estado inconveniente, aparentemente bajo los efectos de sustancias psicoactivas.
En las imágenes, el hombre aparece tambaleándose, sin la estabilidad necesaria para sostener su equipo de fumigación: un comportamiento que ha generado repudio entre vecinos y usuarios en redes sociales.
Según los testimonios, fue visto llegando en ese estado al lugar donde debía cumplir tareas de control sanitario del mosquito Aedes aegypti.
El video ha encendido alarmas en un momento crítico: Cuba vive una aguda crisis sanitaria, con un fuerte repunte de casos de dengue y Chikungunya, lo que ha exigido intensificar las campañas de fumigación y saneamiento.
Pero la imagen de un fumigador drogado en pleno deber revela un problema más profundo: el desmoronamiento institucional en medio de la escasez de recursos, salarios bajos y desmotivación del personal de salud.
Este incidente se agrava en un contexto en que la propia autoridad sanitaria admite fallas en el plan de control vectorial. La viceministra de Salud Pública, Carilda Peña García, reconoció recientemente en televisión nacional que no se ha cumplido con las metas de fumigación ni de control focal en provincias como La Habana y Camagüey, por falta de personal.
“Si no matamos el mosquito, será muy difícil llegar al control de la epidemia”, admitió. Pero el caso del fumigador drogado expone un colapso más amplio del sistema: cuando quienes deben ejecutar las tareas sanitarias no están en condiciones óptimas para hacerlo, la salud colectiva queda aún más en riesgo.
El suceso no solo cuestiona la capacidad operativa del Estado para responder a la crisis epidemiológica; pone en evidencia el vínculo que puede existir entre la precariedad económica, la desmotivación laboral y el consumo de sustancias.
En Cuba, a pesar de las dificultades materiales y la crisis generalizada, circulan estupefacientes, incluidos cannabinoides sintéticos —conocidos popularmente como “el químico”—, cuyos efectos pueden ser devastadores.
Que un trabajador estatal encargado de salvaguardar la salud pública sea captado en un comportamiento propio de esa adicción suscita interrogantes sobre hasta qué punto la crisis social y económica favorece la expansión de abusos y adicciones.
Aunque la información disponible no detalla cuándo ni cómo esa persona accedió a la sustancia, ni si será sancionada, el hecho de que estuviera asignada a una labor de alto riesgo para la salud colectiva recalca la urgencia de controles más estrictos, mejores condiciones laborales y supervisión seria del personal sanitario.
El episodio tiene implicaciones más allá del individuo filmado: al comprometer la integridad del plan contra el mosquito, pone en peligro a comunidades enteras, en medio de la epidemia de enfermedades por vector en el país.
Además, si el consumo de drogas entre los trabajadores responsables del saneamiento se vuelve habitual, la confianza ciudadana en las instituciones sanitarias se erosiona.
En un país donde la economía atraviesa dificultades crónicas, los salarios no aseguran una vida digna, y muchos ciudadanos enfrentan carencias constantes, es plausible que algunos recurran a sustancias como escape o consuelo.
Esa dinámica puede alimentar los ciclos de adicción, incluso en personas que deberían estar dedicadas a proteger la salud colectiva.
El video del fumigador no se limita a un caso aislado: emerge como un símbolo del deterioro institucional y social. Más allá de la burla o indignación inmediata, revela cómo la crisis económica y la precariedad laboral pueden minar las capacidades de respuesta ante emergencias sanitarias.
Si el Estado no logra dotar de condiciones dignas a su personal, asegurar controles eficientes y erradicar el uso de drogas entre quienes tienen funciones sensibles, el control de epidemias dependerá del azar, y no de una política pública seria.
Este suceso debe servir como advertencia: en medio de brotes de enfermedades transmitidas por mosquitos, la salud pública requiere de un sistema robusto —no de personas vulnerables al deterioro físico o moral.
La fumigación debe realizarse con profesionalismo, no bajo los efectos de estupefacientes. Y mientras no se garanticen esas condiciones, la prevención sanitaria estará comprometida.



