Protestan en Las Tunas por apagones: tienen solo 25 minutos de luz al día
La crisis energética ha golpeado barrios con un máximo de una hora diaria de suministro eléctrico, una situación intolerable para la población
Vecinos del barrio El Marañón de Yariguá, en la provincia de Las Tunas, tomaron este domingo 7 de diciembre la Carretera Central para protestar contra los continuos apagones que sufrían desde hacía casi una semana.
Con el grito “¡Horario de corriente! ¡El pueblo se respeta!” y golpeando cazuelas, los manifestantes exigieron un suministro de electricidad estable y denunciaron la escasez de agua.
Según el periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada, quien compartió un video de la protesta, estas familias estaban recibiendo apenas 25 minutos de electricidad al día, y en el mejor de los casos, una hora diaria.
La manifestación —que surgió de forma espontánea entre los afectados— refleja el hartazgo popular por la falta de respuesta de las autoridades locales.
Los residentes bloquearon parcialmente la vía pública para exigir soluciones concretas, aunque muchos expresaron temor a posibles represalias por parte de la Seguridad del Estado, un miedo que tiene paralizada a Cuba y le impide protestas enérgicas incluso pese a las carencias más intensas.
Los vecinos denunciaron que los cortes eléctricos han dañado la conservación de alimentos y han afectado gravemente el acceso al agua, situaciones que, según ellos, complican aún más la vida cotidiana.
Esta protesta en Las Tunas se suma a otras manifestaciones recientes en varias provincias de Cuba, desde la capital, en barrios como Centro Habana, hasta Santiago de Cuba, Guantánamo, y Baracoa, ciudadanos han salido a la calle hace poco por apagones prolongados y falta de agua potable.
En esas protestas se escucharon cacerolazos y gritos de “¡Queremos agua!”, mientras hogares enteros quedaban a oscuras.
En algunos casos, las manifestaciones han sido respondidas con represión, como en el caso de Marianao, donde los manifestantes han sido detenidos y prácticamente secuestrados por agentes de la Seguridad del Estado.
Los reclamos coinciden con un escenario de crisis generalizada: apagones frecuentes, deficiencias en el suministro de agua, escasez de alimentos, inflación y deterioro de servicios públicos.
Esta combinación de factores ha alimentado un descontento social creciente, que se ha expresado en múltiples protestas a lo largo del país.
Los manifestantes en El Marañón dejaron claro que no piden subsidios ni favores, sino algo elemental: un horario fijo de electricidad.
Su protesta fue pacífica, con utensilios de cocina en mano, para visibilizar la precariedad diaria. Muchos viven con constantes interrupciones de luz, lo que impide conservar alimentos, usar refrigeración o bombear agua en sus hogares.
En medio de la oscuridad creciente, los vecinos exigieron “respeto” y soluciones concretas para restablecer servicios básicos. Su exigencia, sencilla pero urgente, pone en evidencia la incapacidad del gobierno para garantizar condiciones mínimas de vida —electricidad, agua, alimentos— a la población.
Apagones en Cuba: una condena perpetua insufrible
La protesta en El Marañón y otras localidades representa una advertencia clara: muchos cubanos ya no aceptan más promesas vacías ni explicaciones oficiales sobre la crisis. Exigen soluciones reales —luz, agua, dignidad— y están dispuestos a salir a las calles para exigirlas.
Y es que, aunque el gobierno ha invertido en parques solares y se excusa en el embargo estadounidense para justificar su ineficiencia, los parques no cubren ni una quinta parte de la energía faltante para cubrir la demanda mínima, y la inversión se concentra en otros rubros.
En el contexto actual, para muchos cubanos el apagón ya no es una excepción sino la regla: las luces se apagan regularmente, los servicios se interrumpen, y la expectativa de una solución se desvanece bajo promesas oficiales poco creíbles.
La población convive con incertidumbre, con la calidad de vida reducida, con limitaciones para almacenar alimentos o mantener medicinas, y con una rutina marcada por la precariedad energética.
Los apagones no son más que el reflejo de una infraestructura en ruinas, administrada durante décadas sin transparencia ni planificación, en una isla donde tener electricidad se ha convertido en un privilegio.
Mientras tanto, millones de personas siguen pagando las consecuencias, obligadas a vivir con apagones, con precariedad y sin una señal clara de cambio.



